El tribunal acordó escuchar un caso que pregunta si los alborotadores del 6 de enero pueden ser acusados de obstruir un procedimiento oficial, otra parte clave del caso de Smith del 6 de enero contra Trump. Y lo más dramático es que el expresidente seguramente pedirá a los jueces que revoquen un fallo de la Corte Suprema de Colorado que, de ser confirmado, podría allanar el camino para que un número incalculable de estados borre su nombre de la boleta electoral.
Para un tribunal que se supone debe sentarse lejos de la política, no a horcajadas, eso es mucho que debe manejar la Corte Suprema. Y esto ocurre en un momento difícil para la corte. En agosto de 2000, en vísperas de Bush contra Gore, 62 por ciento de los estadounidenses aprobado de cómo se estaba comportando la Corte Suprema. Ahora, encuestas recientes muestran que casi esa porción (58 por ciento) desaprueba la institución, una cifra que roza los niveles históricos. mínimos para el tribunal.
Sin embargo, la multiplicidad de casos brinda a los magistrados la oportunidad de evitar quedar atrapados aún más si mantienen un ojo en cómo las decisiones potenciales –colectivamente– moldearán el panorama político. La cuestión no es que abordar las cuestiones jurídicas subyacentes “correctamente” sea irrelevante. Pero cuando hay tanto en juego y las cuestiones legales son novedosas, los jueces tienen el deber de dictar decisiones que resuenen en todo el espectro político, o al menos que eviten incitar a la violencia en las calles. Eso no es subvertir el Estado de derecho; lo está preservando.
Tiempos extraordinarios exigen una corte que adopte el arte del arte de gobernar judicial.
La trampa en la que se encuentra la corte es en gran medida una función de su propio comportamiento, tanto dentro como fuera del banquillo. La supermayoría conservadora de 6 a 3 ha ampliado radicalmente el derecho a portar armas, circunscrito la capacidad de la Agencia de Protección Ambiental para proteger el medio ambiente, prácticamente ha destripado la acción afirmativa basada en la raza, ha abierto agujeros en el muro que separa a la Iglesia del Estado y, lo más notorio, ha eliminado la derecho constitucional al aborto. El año pasado también se vio un creciente escrutinio público de las aparentes fallas éticas de los jueces, luz del sol que empujó a los jueces a adoptar su primer código de ética.
Un universo en el que el tribunal de alguna manera divida la diferencia (por ejemplo, manteniendo a Trump en la boleta mientras se niega a respaldar (si no repudiar afirmativamente) su conducta y desprecia su reclamo real de inmunidad total) podría contribuir en gran medida a reducir la temperatura del próximo ciclo electoral. Un resultado así también podría ayudar a restaurar al menos parte de la credibilidad del tribunal.