El rostro de Kafka lo llama. Enrique Alfaro Llarena toma un ejemplar de la revista Siglo Nuevo que incluye un reportaje sobre el escritor checo, realizado por el autor sonorense Franco Félix. La hojea, siente su textura. Símil al célebre cuento, en su proceso industrial, el papel de la publicación ha sufrido una metamorfosis al momento de pasar por la imprenta. Esa transformación no es sólo física; cada página ha sido poblada por ideas y reflexiones.
En su paso por Torreón, el también editor ha impartido un par de conferencias kafkianas en el Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE) y presentado un libro del tenor Rolando Villazón en las instalaciones de El Siglo. Ahora se encuentra en la terraza de su hotel, relajado, a punto de regresar a la Ciudad de México.
Nacido en la capital del país en 1961, Enrique Alfaro Llarena se ha ganado la vida como editor, profesor, gestor cultural y consultor en comunicación. Sus artículos han versado sobre literatura, música y cine en varios periódicos y revistas de circulación nacional. Así mismo, es autor de la novela Telemaquia, publicada por Terracota en 2015.
Sobre sus inicios en la escritura, Alfaro Llarena se sincera, dice no haber leído literatura juvenil cuando lo debió de haber hecho. Pasó de autores como Emilio Salgari y Julio Verne, pero a los 16 años abrió por primera vez un ejemplar de La metamorfosis, relato escrito en 1915 por Franz Kafka. Lo recuerda bien, porque tenía la costumbre de firmar y fechar sus libros.
Por tal razón no puede decir qué en ese entonces entendía de los textos kafkianos, pero al obtener una conciencia política, pudo indagar en los discursos de El proceso (1925) y El castillo (1926). Supo entonces que se encontraba leyendo a un autor importante, preocupado por abordar radiografías del poder y de la burocracia organizada, la cual ejerce sobre los individuos una fuerza que acaba por alienarlos, reprimirlos e incluso aniquilarlos.
«Kafka es un autor que ha ido a más con los años. Una cosa rara, un bicho raro que anda por ahí (perdón, Gregorio). Kafka era un bicho raro que con el tiempo ha ido tomando cada vez más y más relevancia».
El editor afirma que los lectores cada vez son más contemporáneos de Kafka, quien en junio pasado cumplió 100 años de fallecido. Ahora el autor de Carta al padre (1919) es abordado, leído y discutido; algo impensable en la Praga de las primeras décadas del siglo XX.
«Kafka era un tipo que había publicado un librito de cuentos y en una revista. Era nadie. Fue después, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando empieza a hacerse una lectura crítica, mucho más interesante y profunda de Kafka. Su figura va creciendo. Hoy es más importante que hace un siglo, hoy es nuestro contemporáneo, más nuestro que de los praguenses de hace un siglo.
Sobre el origen del interés que actualmente existe para estudiar la obra kafkiana, Alfaro Llarena señala dos detonadores. En primer lugar, Max Brod, editor y amigo de Kafka, conservó muchos de sus textos, algunos de ellos mal traducidos. Incluso en 1927 publicó la novela que ahora es conocida como El desaparecido, pero que en aquel momento salió a la luz con el título de América, acto al que Alfaro Llarena califica de «violento».
«Brod se queda con la obra de Kafka y cuando va a morir se la deja a su secretaria (Esther Hoffe). La secretaria se va a vivir a Israel y empieza un interés en Kafka; hay un congreso de kafkianos, van y buscan los manuscritos y la mujer dice: ‘No, son míos. No se los enseño’. Entonces, se retrasó mucho el poder hacer una edición crítica y filológica más profunda».
No obstante, Alfaro Llarena indica que esa situación también provocó la aparición de traducciones al inglés, francés y alemán. Así llegaron los años sesenta, y el segundo detonante kafkiano recayó en la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968.
«Yo creo que a partir de ese momento, Checoslovaquia, que buscaba un socialismo libertario, una igualdad con justicia, una igualdad con transparencia, una sociedad mejor y que fue brutalmente reprimida con tanques soviéticos…. Milan Kundera lo ha contado mejor que nadie, además él estuvo ahí. Yo creo que a partir de ahí, del primer caos en Checoslovaquia, la opresión hace, promueve, provoca, destapa, una relectura de Kafka y entonces ya no había manera de pararlo, porque además aquello estaba pasando en Praga, en su Praga».
Desde entonces, el bum internacional de Franz Kafka no ha tenido freno. Recientemente en español, la editorial Páginas de Espuma ha reeditado los Cuentos Completos, Nórdica Libros ha publicado las Cartas a Felice y el sello Acantilado tiene en su catálogo la biografía kafkiana escrita por Reiner Stach, entre otras nuevas ediciones. Es inevitable pensar que se trata de un patrimonio que pudo haberse perdido ante los deseos de su autor.
«Todo mundo dice y se pregunta: ‘Bueno, si Kafka quería destruirlas, ¿por qué no se tomó la molestia de ponerlas en el bote de basura?, ¿por qué no las quemó él mismo?’. Va y le deja a Max Brod el encargo, quizá le estaba diciendo ‘publícalas, publícalas, no las destruyas’. Esa petición de Kafka, que es real, no deja de ser una pregunta que sigue tocándonos y que, sin embargo, aunque Max Brod se sintió dueño de la obra de Kafka, la manipuló, la organizó a su gusto, cambió títulos, censuró algunas líneas y palabras, decentó a Kafka, ahora se está limpiando, a medida que se tienen los manuscritos originales».
A pesar de sus actos ventajosos, no hay duda que Brod salvó a la obra de Kafka. No obstante, el autor checo también dejó manuscritos en manos de otras personas. Una de ellas fue Dora Diamant, su última pareja, quien lamentablemente, a petición de Kafka, sí destruyó parte de lo que tenía en su posesión.
«Y con lo que se quedó, que no le entregó a Max Brod, la Gestapo lo recogió unos años después. No se ha demostrado, pero suponemos que la Gestapo lo destruyó. Sería maravilloso que en un archivo, de algún lado, de algún sótano, aparecieran escritos de Kafka. Lo que tenemos de Kafka es lo que Max Brod recogió y lo que Kafka le dio a Milena (Jesenská), quien no lo destruyó. Si alguna mujer supo ver quién era Franz Kafka y su visión, la que primero entendió su alcance, fue Milena».
Enrique Alfaro Llarena concluye que, al igual que Cristóbal Colón o Miguel de Cervantes, Kafka no tuvo ni idea de la trascendencia que alcanzaría su obra.
«Si tú le hubieras dicho: ‘Vas a ser el autor más importante del siglo XX’, Kafka (quien era un tipo con sentido del humor) se hubiera carcajeado. Kafka no lo hubiera creído nunca. Como Colón nunca supo que llegó a un nuevo continente y Cervantes nunca supo la importancia de don Quijote».