En los primeros días de febrero de 1847 el general Taylor, que mandaba el ejército americano invasor, entró con sus tropas a Saltillo y se acuarteló en la ciudad.
Sabedor de que se acercaban tropas mexicanas hizo construir de prisa un fuerte en la loma que por el sur domina la población. Todavía alcancé a ver de niño las ruinas de ese fortín, que la gente llamaba “de los americanos”, y con mis pequeños amigos fui a él, lo mismo que al otro fortín, nombrado “de Carlota”, a buscar restos de guerra que nunca encontrábamos.
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Luego Taylor dejó aquí una guarnición y avanzó con el grueso de sus efectivos por el camino real que conducía al interior. Eligió un sitio para dar la batalla, y el 23 chocó en el sitio conocido como La Angostura con el ejército que traía Santa Anna.
Fue incierto el resultado del combate. Vencido casi Taylor, observó con sorpresa que las tropas nacionales se replegaban, dejándole libre el campo. No han acabado los historiadores de explicarse la inexplicable retirada. Lo cierto es que al día siguiente de la batalla los saltillenses vieron llegar de vuelta a los americanos.
Incontables heridos de ambos bandos venían con ellos, ya caminando penosamente ayudados por sus compañeros, ya llevados en camillas.
No había hospital dónde poner a tantos infelices, de modo que se recabó licencia del párroco y se les llevó a la catedral. Su gran nave central quedó cubierta de heridos.
Piadosas mujeres, movidas por impulsos de caridad, fueron a cuidar de ellos. No hacían diferencia entre mexicanos y enemigos: todos eran seres humanos abatidos por la violencia de la guerra, merecedores por igual de conmiseración.
Hizo entonces nuestra Catedral funciones de hospital de sangre. En el altar mayor fue puesto el Santo Cristo, para que presidiera con su sosegada agonía la muerte de muchos de aquellos desdichados, y para que diera consuelo y esperanza a los demás. No eran católicos los soldados invasores, pero sí cristianos. Sentían la dulzura de aquel crucificado, y a él volvían los ojos como a su salvador.
Un fotógrafo que venía con las tropas norteamericanas impresionó varios daguerrotipos en Saltillo. En ellos aparecen los soldados yanquis, a caballo frente al antiguo templo franciscano o pasando revista. En una de esas estampas se ve nuestra catedral, sin su campanario aún.
Son esas las primeras fotografías de guerra en el mundo. Se tomaron aquí en Saltillo.