El fútbol, además de ser un espectáculo deportivo, es un reflejo de la sociedad que lo abraza. Lamentablemente, recientes acontecimientos han arrojado una sombra oscura sobre el deporte más popular de México. La revelación de que la árbitra Priscila Eritzel Pérez Borja fue amenazada a punta de pistola por un directivo del Deportivo de Futbol Zitácuaro en la Liga Premier mexicana es más que un simple escándalo; es un indicativo preocupante de la falta de seguridad y responsabilidad en el fútbol local.
El relato presentado por Francisco Chacón, exárbitro y ahora analista de Azteca Deportes, pone de manifiesto no solo la violencia ejercida contra una árbitra, sino también la actitud pasiva y, en algunos aspectos, cómplice de la Federación Mexicana de Futbol (FMF). La noticia de que la FMF instó a Pérez Borja a abstenerse de registrar la amenaza en su cédula arbitral es sencillamente alarmante. ¿Desde cuándo las denuncias de amenazas con armas de fuego se manejan con silencio y complicidad?
Este incidente plantea preguntas cruciales sobre la seguridad de los árbitros en el fútbol mexicano. ¿Cómo es posible que un directivo tenga acceso a la caseta de los árbitros para amedrentarlos? ¿Qué tipo de medidas de seguridad se están implementando para salvaguardar la integridad de quienes son fundamentales para el desarrollo de los encuentros?, ¿Cual es la manera en la que se aplican los protocolos de seguridad que permitieron el ingreso de un arma de fuego al estadio, o a caso hay preferencia para evitar los filtros de seguridad por parte de los propietarios?
La designación de Pérez Borja para arbitrar un partido en la Liga Mexicana Femenil siete días después del incidente también deja mucho que desear. ¿Es esta la respuesta de la FMF a una amenaza seria? ¿Una asignación como compensación por mantener un silencio que, a todas luces, no debería haber sido exigido
Es imperativo que las instancias deportivas mexicanas revisen a fondo sus protocolos de seguridad y tomen medidas concretas para garantizar que situaciones como estas no vuelvan a ocurrir. El fútbol debe ser un espacio donde la pasión y la competitividad se expresen de manera sana y segura. La integridad del deporte está en juego, y la FMF debe asumir su responsabilidad para restaurar la confianza en el sistema.
La afición merece más que un espectáculo donde la violencia y las amenazas eclipsan la esencia del juego. Es hora de que las autoridades del fútbol mexicano den un paso al frente, aborden estos problemas de frente y trabajen para crear un entorno donde todos los participantes, incluidos los árbitros, puedan desempeñar su papel sin temor a represalias. La verdadera grandeza del fútbol radica no solo en lo que sucede en el campo, sino también en cómo se manejan los desafíos fuera de él.