En 2001, la Asamblea General de la ONU proclamó el 6 de noviembre como el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, y recordó que en las situaciones de guerra se producen daños irreversibles al medio ambiente que, por lo regular, se extienden más allá de los territorios nacionales y que impactan a las futuras generaciones.
El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó, sobre la ciudad de Hiroshima, en Japón, una bomba nuclear con 64 kilos de Uranio, lo que generó una ola de calor de más de 4 mil grados. La ciudad quedó destruida en un área de 10 kilómetros de diámetro y murieron entre 50 y 100 mil personas el día de la explosión. Además, produjo incendios en un área de 7 kilómetros.
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Tres días más tarde lanzó, sobre la ciudad de Nagasaki, una bomba nuclear con 6 kilos de Plutonio. Se calcula que murieron entre 28 y 49 mil personas el día de la explosión, y muchos de los sobrevivientes fallecieron después a causa de las quemaduras y la radiación. El impacto humano se dio también en las personas que nacieron en los meses siguientes con alteraciones genéticas, leucemia y distintos tipos de cáncer que se manifestaron en su vida adulta.
De acuerdo con el Comité Internacional de la Cruz Roja, además de la pérdida de vidas humanas, el uso de armas nucleares afecta gravemente el ecosistema terrestre y provoca cambios en la temperatura de la tierra, daña de manera irreversible el agua y los suelos y contamina con radiación a los animales y los cultivos.
Otro de los ejemplos del impacto que tienen los conflictos armados en el medio ambiente se dio en la guerra de Vietnam, en la que se usaron bombas incendiarias con toneladas de la sustancia napalm, un combustible superinflamable que, además de causar graves quemaduras y miles de muertes en la población civil, contaminó ríos y mares, y arrasó cientos de kilómetros de bosques y selvas, además de provocar la muerte de miles de animales.
Si bien la explosión de Chernobyl, en Ucrania, no fue como consecuencia de una lucha armada, el accidente nuclear ocurrido en abril de 1986, además de los cientos de personas que fallecieron como consecuencia de la misma, tuvo un gran impacto en el medio ambiente. A más de 38 años de ocurridos esos hechos, la llamada “zona de exclusión”, de unos 2,600 kilómetros cuadrados, permanece contaminada con radiación y con graves daños en la flora y la fauna del lugar.
La ONU ha puesto énfasis en la protección del medio ambiente y en revertir los daños causados por la actividad humana. En la Agenda 2030 incluyó, como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, acciones para combatir el cambio climático y las emisiones de gases de efecto invernadero, la lucha contra la contaminación marina y la protección de los ecosistemas terrestres.
En un Informe de Seguimiento a esos Objetivos de Desarrollo, publicado en 2023, destacó que la crisis climática está empeorando a medida que las emisiones de gases de efecto invernadero no se detienen. Las olas de calor, las sequías, las inundaciones y los incendios forestales son cada vez más frecuentes.
El aumento del nivel del mar amenaza a millones de personas en comunidades costeras, y el mundo se enfrenta al mayor evento de extinción de especies desde la era de los dinosaurios, además de que en los mares existen 17 millones de toneladas métricas de contaminación por plástico, con proyecciones que muestran que probablemente se dupliquen o tripliquen en 2040.
Todo este alarmante panorama no puede más que empeorar cuando ocurren conflictos armados. De acuerdo con un reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), los bombardeos en Ucrania han causado graves daños al medio ambiente y los recursos naturales en ese país, lo que incluye bosques, ecosistemas terrestres y marinos.
Asimismo, el aire, el agua y el suelo de Ucrania se han contaminado con sustancias tóxicas debido al “aluvión constante de ataques” a infraestructuras como refinerías, plantas químicas, instalaciones energéticas, depósitos industriales y oleoductos, todas estas con repercusiones que se sentirán más allá de sus fronteras y que impactarán a las siguientes generaciones.
Además, cientos de áreas naturales protegidas, esto es, un 30 por ciento del total de aquellas con las que cuenta Ucrania, y que cubren más de un millón de hectáreas, se han visto afectadas por las actividades militares de Rusia. Los restos de municiones y escombros filtran sustancias al suelo y afectan la calidad de las aguas superficiales y subterráneas, y contienen metales pesados como el plomo y el mercurio, el amianto y distintos compuestos explosivos.
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De igual manera, según datos del Banco Mundial y Naciones Unidas, el ataque armado de Israel a la franja de Gaza, en Palestina, ha cobrado la vida de miles de personas, destruido el 66 por ciento de los edificios y la mitad de los árboles del territorio, además de que las emisiones de Co2 derivadas de los ataques superan las emisiones anuales de 26 países, lo que equivale a quemar más de 1.5 millones de barriles de petróleo.
Hace algunas semanas fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz la organización Nihon Hidankyo, que da voz a los sobrevivientes de las bombas atómicas de Japón y que promueve un mundo sin armas nucleares. Esta conmemoración es momento para reflexionar sobre el impacto de la guerra en el medio ambiente, así como para exigir el cese de las hostilidades en muchas regiones del mundo por su tremendo impacto en miles de vidas, en el futuro de nuestro planeta y en las siguientes generaciones de seres humanos.
El autor es director del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH