Monterrey.- Hace 30 años, el primero de enero de 1994, el inicio de año en Chiapas fue interrumpido por las balas de una insurrección guerrillera que opacó los festejos por la entrada en vigor del histórico Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá.
La algarabía del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, por lo que consideraba la entrada de México al primer mundo vía el TLC, se estrelló con el reclamo de justicia del autoproclamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
En la madrugada del primero de enero, un grupo armado integrado en su mayoría por indígenas atacó siete cabeceras municipales para tratar de tomarlas bajo su control y declararle la guerra al gobierno, en un movimiento que tuvo un impacto mayormente mediático.
Eran tiempos del todopoderoso PRI, que llevaba más de 60 años ininterrumpidos en el poder, y Salinas de Gortari trataba de sacudirse la sombra de la duda de haber ganado la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas a través de un fraude electoral.
El mandatario abrazó un modelo de gobierno neoliberal que abrió las puertas al comercio con Estados Unidos, se declaró enemigo de la pobreza y proclamó el orgullo de sus raíces familiares en Agualeguas, Nuevo León, municipio que visitó cada Semana Santa para vacacionar.
Por ello no dejó de ser irónico que también fuera en Nuevo León donde se formaron las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) en 1969, que establecerían bases en los estados de Veracruz, Puebla, Tabasco y Chiapas, y darían origen al EZLN.
Luego de 12 días de combate, Salinas de Gortari ordenó un cese al fuego unilateral y junto al líder de los zapatistas, conocido entonces como Subcomandante Marcos, quien en 2014 cambiaría su nombre a subcomandante Galeano, acordó iniciar diálogos para la paz en San Cristóbal de las Casas.
En febrero iniciaron las negociaciones que atrajeron la atención de todo el mundo, provocaron amplias movilizaciones en México y el extranjero y abundantes de solidaridad de personalidades con el movimiento zapatista.
Esto fue posible en buena parte gracias a los extensos comunicados plagados de retórica y poesía del Subcomandante Marcos, el encapuchado cuya identidad la autoridad federal revelaría: un profesor universitario llamado Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido en 1957 en Tampico, Tamaulipas.
En 2005, el EZLN emitió la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y anunció que dejaría las armas para hacer política, buscando los mismos objetivos que anunció cuando se dio a conocer públicamente: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.