Acapulco– Tras más de 24 horas de aislamiento a causa de los desprendimientos de tierra que bloquearon carreteras y las inundaciones en lo que ahora es un paisaje de escombros, los sobrevivientes hacían evidente su desesperación, la lentitud en la llegada de la ayuda, comida e información ante la limtida señal de telefonía.
Con una población de más de un millón de habitantes, hay familias que aún no tienen ninguna noticia de sus parientes desde que el huracán Otis destruyó barrios populares, así como hoteles y grandes avenidas que antes presumían de unas hermosas vistas hacia la playa.
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Flora Contreras Santos, un ama de casa de una zona empobrecida de las afueras de Acapulco, iba de soldado en soldado contando su historia de desdicha mientras trataba de que alguien le hiciera caso sobre una tragedia que ocurrió en su caso mientras llegaba el huracán.
Una ladera se derrumbó sobre su casa de techo de lámina, y la fuerza del lodo y el agua arrancó a una niña de tres años de los brazos de su madre. No la han vuelto a ver desde entonces.
“El cerro se les vino encima. El lodo se la quitó de los brazos a la mamá”, relató Contreras Santos. “Necesitamos ayuda. La mamá está mal, toda raspada, y no encontramos a la niña”.
NADIE PARECÍA INTERESADO
La prioridad parece ser el turismo y los grandes hoteles, el 80% dañados y muchos con aspecto de gigantes desdentados sin ventanas. En sus primeras declaraciones tras la tragedia, la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, anunció que se habilitarían diariamente entre 30 a 40 autobuses para evacuar a los miles de turistas que quedaron atrapados.
Muchos turistas se quejaban de haber sido expulsados de los hoteles sin comida ni agua. Otros, como la estadounidense Alina Callejas, de California, pedía ayuda médica para su madre, que parecía haber sufrido un derrame cerebral, pero lo mejor que pudieron ofrecer los funcionarios locales fue llevarla en una camioneta a una base militar local para que comiera gratis.
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Pero no todos los que recurrían a los militares recibían ayuda. Paula Ruiz Velasco, dueña de un restaurante en Ciudad de México, narró que los soldados le dijeron que ya no tenían nada a disposición y que si necesitaba de algo se metiera a robar a una tienda.
Según el gobierno de Guerrero, el 95% por de los comercios resultaron dañados por el huracán. Gente desesperada entraba en muchos de ellos para agarrar lo que les fuera posible, en particular, pero no exclusivamente, artículos de primera necesidad.
Autoridades y militares parecían desbordados por la situación. “No hay capacidad para detener el saqueo, es mucha la gente”, dijo Luis Enrique Vazquez Rodríguez, jefe de la policía local.
Edith Villanueva, con su hija pequeña en brazos, expresaba su preocupación por las secuelas a largo plazo de la destrucción y los saqueos. La mujer trabajaba en una tienda de teléfonos móviles y se quejaba de que se habían robado todos. No tenía claro si el negocio reabriría. “Es una cosa que roben comida, pero hay gente que abusa”.
La tarea de reconstrucción parecía inabarcable y la frustración hacia las autoridades, generalizada. Aunque se movilizaron unos 10,000 militares a la zona, no contaban con las herramientas para limpiar las toneladas de lodo y los árboles caídos de las calles, algunas de ellas convertidas en ríos.
Cientos de camiones de la empresa eléctrica gubernamental llegaron a Acapulco a primera hora del miércoles, pero no sabían cómo restablecer el servicio, mientras las líneas caídas estaban bajo metros de barro y agua. Del medio millón de usuarios que quedaron sin electricidad, 300,000 seguían igual el jueves por la tarde.
El sistema de agua de la ciudad había colapsado y la gasolina escaseaba, aunque el gobierno aseguró que había reservas para 18 días y llegaría en breve un barco con más combustible.
La apertura de la principal carretera que comunica con la capital del estado y con Ciudad de México permitió la llegada de docenas de vehículos de emergencias y el gobierno federal anunció el jueves por la noche que tras las reparaciones en el aeropuerto de Acapulco se establecería a partir del viernes un puente aéreo para el ingreso de ayuda y la salida de turistas.
Otro problema vital para miles de familias era la falta de información de sus seres queridos, todavía incomunicados en muchos vecindarios. Por eso, quienes estaban fuera de Acapulco, comenzaron a organizarse a través de las redes sociales. En cuestión de horas los grupos de WhatsApp, Telegram o Facebook se habían multiplicado.
“Desde la noche del huracán estoy muy preocupado por mi hijo recién nacido”, explicó a AP vía telefónica Juan Pablo López, 26, desde Cancún. Estaba hablando por teléfono con su esposa, que se fue a dar a luz a Acapulco para estar con su familia, cuando la comunicación se cortó de repente cuando impactó Otis.
Creó entonces el grupo “Pasando Info Acapulco Otis El Destructor” con conocidos en Guerrero y amigos migrantes que estaban en Estados Unidos para que invitaran a sus contactos y poco a poco todo fue creciendo.
“Empezamos a cruzar información, a compartir de lo que nos enterábamos, casi como un periódico por WhatsApp”, explicó López. “Los que van agarrando señal, se meten, y la gente de un lugar puede ir a preguntar por alguien en esa zona”.
Ahora en su grupo hay más de mil personas organizadas en medio centenar de chats según los barrios donde se comparten fotos de las personas que se buscan, consejos, listas de personas en refugios y también videos de zonas inundadas por donde no se puede pasar.
Mientras tanto, las escenas más extrañas se apoderaban de la ciudad.
Ricardo Díaz, un trabajador independiente, se encontraba fuera de una tienda con dos pollos sujetos por las patas que, según él, le habían regalado.
Cerca, una mujer empujaba por las calles una silla de oficina cargada de adornos de Navidad y papel higiénico.
Al caer la noche, los turistas se sentaron a lo largo de las avenidas costeras sin saber a dónde ir ni qué comer.
Otros, optaban por caminar los 3km del túnel que conecta la costa con la autopista que va hacia Ciudad de México con la esperanza de que algún vehículo los llevara aunque fuera hasta la capital de Guerrero.
Pero al otro lado del túnel lo único que había eran caminos intransitables por el tráfico.
Por Mark Stevenson, The Associated Press.