El dolor está en las lágrimas de los israelíes que entierran a las 1,400 personas, en su mayoría civiles y entre los que había bebés, asesinados por insurgentes de Hamás que asaltaron el país el 7 de octubre.
Está en los gritos de angustia de los palestinos cuando sacan de entre los escombros de las viviendas destrozadas los cuerpos de algunos de los más de 10,000 que, según los reportes, fallecieron por los ataques aéreos israelíes, el 40% menores de edad.
Las imágenes son desgarradoras y horribles.
Una anciana israelí es llevada de un kibutz a Gaza en una motocicleta, encajada entre el conductor y un insurgente que apunta con su rifle al cielo.
Los soldados israelíes pasan junto al menos nueve cadáveres tendidos en una vereda junto a una parada de autobús, con las bolsas y sus pertenencias tirados a su alrededor. La litera de un niño está cubierta de sangre.
Las primeras escenas de hombres palestinos levantando los brazos en señal de victoria sobre un taque israelí incendiado durante el rápido asalto dan paso rápidamente a otras de devastación: cuadras enteras en Gaza reducidas a páramos en blanco y negro mientras los incesantes misiles iluminan el cielo de la noche con bolas de llamas e incandescentes nubes de humo.
La cúpula destrozada de la mezquita de Yassin descansa sobre el tejado derrumbado del templo, uno de los muchos destruidos en el enclave palestino.
Tras las explosiones, los hombres excavan con sus propias manos en montañas de bloques de concreto destrozados en busca de sobrevivientes.
Dos niños heridos, uno con un hilo de sangre en la cabeza, lloran mientras se abrazan en una camilla.
Un rescatista, parado junto a los dientes de una topadora gigante, levanta el cuerpo sin vida de una niña pequeña. Dos pies descalzos asoman por debajo de una losa de concreto y barras de refuerzo junto a un par de piernas cubiertas de polvo.
Los muertos no se olvidan.
En Israel, los ataúdes envueltos en banderas de cinco miembros de una misma familia, cuyos cadáveres fueron hallados abrazados, son enterrados juntos tras un funeral militar al que asistieron cientos de personas.
En la Franja de Gaza, los adultos se agolpan alrededor de los cuerpos de siete niños palestinos que yacen juntos envueltos en plástico y cubiertos con sábanas en la morgue de Jan Yunis. Si no fuese por las manchas de sangre en sus rostros, parecería que están dormidos.