Pero dos años después, Putin no está tan aislado como esperaban los funcionarios estadounidenses. La fuerza inherente de Rusia, arraigada en sus vastos suministros de petróleo y gas natural, ha impulsado una resiliencia financiera y política que amenaza con durar más que la oposición occidental. En partes de Asia, África y América del Sur, su influencia es tan fuerte como siempre o incluso está creciendo. Y su control del poder en casa parece más fuerte que nunca.
Sin duda, la guerra ha pasado factura a Rusia: ha destrozado la posición del país ante gran parte de Europa. La Corte Penal Internacional ha emitido una orden de arresto contra Putin. Las Naciones Unidas han condenado repetidamente la invasión.
Y según lo que dicen los funcionarios de la administración Biden, Rusia ha sufrido un importante fracaso estratégico.
“Hoy, Rusia está más aislada que nunca en el escenario mundial”, declaró en junio el secretario de Estado Antony J. Blinken. La guerra de Putin, añadió, “ha disminuido la influencia rusa en todos los continentes”.
Más allá de América del Norte y Europa, hay pruebas de lo contrario.
China, India y Brasil están comprando petróleo ruso en cantidades récord, disfrutando de los grandes descuentos que Putin ofrece ahora a los países dispuestos a reemplazar a sus clientes europeos perdidos. Con esas crecientes relaciones económicas han surgido fuertes lazos diplomáticos, incluso con algunos socios cercanos de Estados Unidos. Putin visitó Beijing en octubre y recibió al ministro de Relaciones Exteriores de la India en Moscú a fines de diciembre. Unas semanas antes, Putin fue recibido calurosamente en Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, donde fue recibido con una salva de 21 cañonazos y aviones de combate sobre sus cabezas dejando una estela de humo con los colores rojo, blanco y azul de la bandera rusa.