La Selección Mexicana de fútbol atraviesa uno de los momentos más bajos en su historia reciente, y es imposible ignorar el evidente declive en su rendimiento. Lo que alguna vez fue un equipo temido y respetado en la zona de Concacaf, ahora se encuentra en una fase de estancamiento, donde los resultados no reflejan el potencial de una nación apasionada por el fútbol.
El problema no radica solo en los resultados. Las derrotas ante equipos como Estados Unidos y otras selecciones de menor envergadura, como Venezuela, Nueva Zelanda, y los empates contra Ecuador, junto con las victorias forzadas ante Jamaica, han expuesto serias fallas estructurales en el equipo. México parece haber perdido su identidad futbolística, esa esencia que lo distinguía por su estilo ofensivo, su velocidad por las bandas y la garra en el campo. Hoy vemos a un equipo desorganizado, sin una idea clara de juego, que frecuentemente es superado por rivales que, en otros momentos, habrían sido manejables.
Uno de los factores principales es la falta de renovación en las filas del Tricolor. Durante años, el equipo ha dependido de jugadores que, si bien dieron grandes alegrías, hoy están lejos de su mejor nivel. A esto se suma una generación de futbolistas jóvenes que, aunque talentosos, parecen no encontrar su lugar en el esquema del equipo. No hay una integración coherente entre experiencia y juventud, lo que ha llevado a un evidente desequilibrio en el campo.
Además, el aspecto táctico deja mucho que desear. En lugar de ver una selección propositiva, México ha caído en la trampa de intentar aparentar un proyecto sólido, mientras sigue optando por entrenadores que parecen desechables a los ojos de la Federación Mexicana de Fútbol. Estos técnicos son fácilmente reemplazados como pretexto para justificar la falta de resultados, lo que refleja una visión cortoplacista que daña al equipo.
La falta de autocrítica dentro del entorno del fútbol mexicano es otra gran problemática. A nivel directivo, se ha mostrado una desconexión con la realidad del equipo y con lo que la afición exige. Las decisiones que se han tomado en torno a la selección no parecen estar orientadas hacia el desarrollo de un proyecto a largo plazo, sino más bien hacia obtener resultados inmediatos, lo que ha profundizado aún más el problema.
Es momento de que la Selección Mexicana haga una revisión profunda de sus fallos y, más importante aún, de sus aspiraciones. Si se desea volver a los primeros planos internacionales, no basta con depender de la historia o de las figuras pasadas. Es necesario un cambio estructural en la forma en que se gestiona el fútbol a nivel nacional, desde las categorías inferiores hasta el equipo mayor.