Por Michael C. Bender y Michael Gold
Donald Trump llegó al poder con campañas políticas que atacaban sobre todo objetivos externos, como la inmigración procedente de países de mayoría musulmana y del sur de la frontera entre Estados Unidos y México.
Pero ahora, en su tercera campaña presidencial, algunos de sus ataques más despiadados y degradantes se han dirigido a sus contrincantes nacionales.
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Durante un discurso el Día de los Veteranos, Trump utilizó un lenguaje que recordaba a los líderes autoritarios que subieron al poder en Alemania e Italia en la década de 1930, al degradar a sus adversarios políticos con palabras como “alimañas” que debían ser “erradicadas”.
“La amenaza de fuerzas externas es mucho menos siniestra, peligrosa y sería que la amenaza desde el interior”, afirmó Trump.
Este giro hacia el interior ha hecho sonar nuevas alarmas entre los expertos en autocracia que llevan tiempo preocupados por los elogios de Trump a dictadores extranjeros y su desdén por los ideales democráticos. Dijeron que el enfoque cada vez más intenso del expresidente en los enemigos internos percibidos era un sello distintivo de los líderes totalitarios peligrosos.
Académicos, demócratas y republicanos contrarios a Trump se preguntan de nuevo qué tanto se parece Trump a los actuales autócratas en el extranjero y cómo se compara con los líderes autoritarios del pasado. Quizá lo más urgente sea que se pregunten si su giro retórico hacia una narrativa que suena más fascista solo es su más reciente provocación pública a la izquierda, una evolución de sus creencias o la caída de un velo.
“Hay ecos de la retórica fascista y son muy precisos”, comentó Ruth Ben-Ghiat, profesora de la Universidad de Nueva York que estudia el fascismo. “La estrategia general es una estrategia evidente de deshumanización para que el público no proteste tanto por lo que quieres hacer”.
El giro de Trump se produce mientras él y sus aliados idean planes para un segundo mandato que pondrían patas arriba algunas de las normas más arraigadas de la democracia estadounidense y el Estado de derecho.
Estas ambiciones incluyen utilizar el Departamento de Justicia para vengarse de sus rivales políticos, planear una vasta expansión del poder presidencial e instalar abogados alineados con su ideología en puestos clave para que respalden sus acciones polémicas.
Los aliados de Trump tachan las preocupaciones de alarmismo y cínicos ataques políticos.
Steven Cheung, un vocero de la campaña, respondió a las críticas sobre los comentarios acerca de las “alimañas” con el argumento de que provenían de liberales reactivos cuya “triste y miserable existencia será aplastada cuando el presidente Trump regrese a la Casa Blanca”. Cheung no respondió a las solicitudes de comentarios para este artículo.
Algunos expertos en autoritarismo comentaron que, aunque el lenguaje reciente de Trump ha empezado a parecerse más al utilizado por líderes como Adolf Hitler o Benito Mussolini, no refleja del todo a los líderes fascistas del pasado. Sin embargo, afirman, presenta rasgos similares a los de los autócratas actuales, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, o el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
Las opiniones relativamente aislacionistas de Trump son contrarias al ansia de imperio y expansión que caracterizó los gobiernos de Hitler en Alemania y Mussolini en Italia. Como presidente, nunca fue capaz de utilizar al ejército con fines políticos y encontró resistencia cuando intentó desplegar a los soldados contra los manifestantes.
“Es demasiado simplista referirse a él como neofascista o autócrata o cualquier otra cosa: Trump es Trump y no tiene una filosofía particular que yo haya visto después de cuatro años como presidente”, comentó el ex secretario de Defensa Chuck Hagel, un republicano que formó parte del gabinete del presidente Barack Obama después de 12 años como senador de Nebraska.
A pesar de ello, el estilo de campaña de Trump es “condenadamente peligroso”, dijo Hagel.
“Continúa arrinconando a la gente y dando voz a la polarización en nuestro país y el verdadero peligro es que eso siga creciendo y se apodere de la mayoría del Congreso, los estados y los gobiernos”, continuó Hagel. “En una democracia deben hacerse concesiones, porque solo hay una alternativa para ello: un gobierno autoritario”.
Los ataques de Trump abarcan desde las más altas esferas de la política hasta los burócratas de bajo nivel, a los que ha considerado poco leales.
Ha insinuado que la principal autoridad militar de la nación debería ser ejecutado y ha pedido la “terminación” de partes de la Constitución. Ha declarado que si recupera la Casa Blanca no tendrá “más remedio” que encarcelar a sus oponentes políticos.
Ha puesto a prueba el sistema jurídico con ataques a la integridad del poder judicial, además de arremeter contra fiscales, jueces y, de manera más reciente, contra un secretario de juzgado en su juicio por fraude en Nueva York, a quienes ha tachado de “parcialidad política” y de estar “fuera de control”.
En general, las multitudes que asisten a los actos de Trump han apoyado sus llamados a expulsar a la clase política dominante y destruir los “medios de noticias falsas”. Sus seguidores no se inmutan cuando elogia a líderes como Orbán, el presidente chino Xi Jinping y el presidente ruso Vladimir Putin.
De pie en medio de casi dos decenas de banderas estadounidenses en una celebración del Día de la Independencia en Carolina del Sur en julio, Trump prometió represalias contra Biden y su familia.
“Estoy listo para la batalla”, dijo. Entre la multitud se escuchó una sonora ovación.
Los seguidores clamaron en señal de aprobación cuando Trump llamó a los demócratas en Washington “un nido enfermo de gente que necesita ser limpiado y limpiado de inmediato”.
Mientras la base de seguidores de Trump sigue apoyándolo férreamente, su regreso a la Casa Blanca podría decidirse por cómo los votantes indecisos y los republicanos moderados responden a sus posturas. En 2020, esos votantes hundieron su candidatura en cinco estados clave que estaban disputados y causaron la derrota de los republicanos en las elecciones de mitad de mandato del año pasado y en las legislativas de este mes en Virginia.
Pero Trump y su equipo se han animado ante los indicios de que esos votantes parecen estar más abiertos a su campaña de 2024. Una encuesta reciente del New York Times y el Siena College reveló que Trump supera a Biden en cinco de los estados más competitivos.
En varias ocasiones, Biden ha tratado de presentar a Trump como extremista; hace poco declaró que el expresidente estaba usando un lenguaje que “hace eco de las mismas frases utilizadas en la Alemania nazi”. Biden también señaló los comentarios xenófobos que Trump hizo el mes pasado durante una entrevista con The National Pulse, un sitio web conservador, en la que dijo que los inmigrantes estaban “envenenando la sangre” de Estados Unidos.
“Hay muchas razones para estar en contra de Donald Trump, pero caray, no debería ser presidente”, dijo Biden en San Francisco, en un evento para recaudar fondos.
La preocupación por Trump se extiende a algunos republicanos, aunque son minoría en el partido.
“Está subiendo el tono y eso muy preocupante”, comentó el exgobernador de Ohio John Kasich, que se presentó a la candidatura presidencial republicana en 2016 contra Trump. “Simplemente, no hay límite para la ira y el odio en su retórica y este tipo de atmósfera venenosa ha bajado nuestros estándares y daña mucho nuestro país”, aseveró.
c.2023 The New York Times Company