Hay libros cuyo contenido ha ayudado a la comprensión del mundo en su justa dimensión; a entender hechos del pasado que fueron aberrantes, con la intención de no repetirlos; que nos explican exactamente qué sucedió en una época determinada para que ocurrieran ciertos acontecimientos que, a ojos de otra época, parecen inconcebibles. También ha habido otros libros peligrosos, no porque cuestionen lo establecido sino porque justifican daño a terceros en nombre de una idea o creencia.
Acaba de pasar el Día de Brujas. Y me quedé pensando en lo que se comenta aún de las mujeres llamadas así desde la Edad Media y en lo que nos queda actualmente de esa figura que vuela por los cielos en una escoba, así como en la construcción que han hecho en películas y caricaturas, desde lo más grotesco hasta lo más cómico y tierno.
Del primer tipo de libros, pienso en los que han ayudado a comprender qué fue lo que sucedió en Europa para que surgiera la “Santa” Inquisición, y con ella la persecución de brujas. Pasan por mi mente los de Silvia Federici y los de Walter Benjamin, por su acercamiento desde las Ciencias Sociales y la Filosofía.
Por una parte, Federici ha estudiado a profundidad a las mujeres –y a la figura de las brujas– en la Historia, en relación a procesos sociales y económicos amplios, como el surgimiento del trabajo capitalista y los cambios drásticos que se vivieron a partir de la revolución industrial (en títulos como Calibán y la bruja). Por otra parte, Benjamin (en Los procesos contra las brujas) toma como punto de partida los relatos tradicionales y las creencias populares sobre la brujería, para desentrañar los mecanismos de poder y control social que subyacían a las acusaciones y persecuciones. Investigaciones como éstas siguen abonando a la documentación de que una idea fanática propagada en masas puede llevar a persecuciones e intolerancia con resultados desastrosos, incluso siglos después, porque algunas de esas ideas, por más difuminadas que estén en nuestro tiempo, siguen permeando formas de misoginia y violencia de género.
Del segundo tipo de libros, pienso en el más famoso desde el siglo XV, Malleus Maleficarum, que fue el que vinculó la brujería con el diablo y la herejía, y legitimó la “caza de brujas” como una cruzada religiosa. Fue un tratado teológico autorizado por el papa Inocencio VIII, escrito por los frailes dominicos e inquisidores Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. Considerado un manual práctico para identificar, juzgar y castigar a las brujas. Incluía detalladas instrucciones sobre cómo llevar a cabo interrogatorios, cómo reconocer las señales de la brujería y cómo proceder con las ejecuciones. Dicha publicación contribuyó a crear un clima de miedo y paranoia en toda Europa. Las personas acusadas de brujería, en su mayoría mujeres, fueron vistas como una amenaza para la sociedad y la Iglesia.
Lo más terrible que heredamos de ese tiempo y de libros como ese, es que presenta una imagen distorsionada y misógina de las mujeres, pues las describe como seres débiles, inconstantes, más propensas a la tentación y, por lo tanto, más susceptibles a convertirse en brujas. Se las pinta como vanidosas y superficiales, incapaces de controlar sus impulsos y deseos. Se enfatiza su sexualidad como una fuente de pecado y debilidad, vinculada directamente con la brujería. Refuerza, además, la idea de la superioridad masculina, que presenta a los hombres como seres racionales y dominantes, mientras que las mujeres son vistas como inferiores y manipulables.
Los estereotipos negativos sobre las mujeres presentes en el Malleus Maleficarum se perpetuaron durante siglos, y han influido en la forma en que se ha percibido a las mujeres en la sociedad. El libro, reimpreso y editado muchas veces, contribuyó a la normalización de la violencia contra las mujeres, al presentarlas como un enemigo a combatir. La mayoría de las mujeres acusadas de brujería fueron personas inocentes, perseguidas y torturadas por motivos religiosos, sociales o económicos, en un momento en el que no quería perderse el control social y se rechazaba toda creencia o rito que no convergiera con el cristianismo. Es un ejemplo claro de cómo el lenguaje puede ser utilizado para perpetuar estereotipos dañinos, pero de eso seguiremos hablando aquí otro día.