Todo esto le resulta extremadamente familiar a cualquiera que estudie el sentimiento económico. En los últimos años, los estadounidenses han sido extremadamente negativos acerca de la economía nacional, pero mucho menos sobre sus economías locales. Y todo lo que sabemos sobre lo que hacen los estadounidenses, a diferencia de lo que dicen los encuestadores, sugiere que, en promedio, se sienten bastante bien acerca de su propia situación: Gasto del consumidor es fuerte, formación de nuevos negocios es alto, y así sucesivamente.
Una cuestión más sobre observar lo que hace la gente, no lo que dice: Moody’s, la agencia de calificación, ha analizó encuestas de empresas, como el realizado por la Federación Nacional de Empresarios Independientes. Como señala Moody’s, estas encuestas incluyen tanto indicadores “duros” como planes de contratación y gastos de capital, como preguntas más suaves, por ejemplo, qué dice la gente que piensa sobre las perspectivas empresariales. Efectivamente, los indicadores duros (que nos dicen qué están haciendo realmente las empresas) son consistentes con una economía fuerte, mientras que los indicadores blandos son lo que uno esperaría en medio de una recesión severa.
Probablemente valga la pena mencionar que el NFIB es muy republicano; OpenSecrets informa que los candidatos republicanos han recibido más del 99 por ciento de sus contribuciones en lo que va de este ciclo electoral.
Los periodistas con frecuencia se muestran reacios a reconocer que las opiniones públicas sobre la economía están en desacuerdo con la realidad, para no ser llamados elitistas por citar sofisticadas estadísticas gubernamentales en lugar de escuchar a personas reales. Y sigo viendo esfuerzos casi desesperados por encontrar malas noticias en los datos económicos.
Pero el enigma fundamental no es que la gente esté descontenta a pesar de los indicadores macroeconómicos favorables. Es que los estadounidenses dicen que las cosas van terribles pero se comportan como si les estuviera yendo bastante bien. Y yo, al menos, me inclino a darle más importancia a lo que hace la gente que a lo que dice.