En la riqueza de la historia cultural de México, la ópera ha una narrativa compleja e intrigante, que combina la influencia europea con la identidad mexicana. Desde su introducción en México durante el período colonial hasta su resurgimiento en la actualidad, la ópera en México ha recorrido un camino fascinante, que refleja la búsqueda de la nación por la expresión artística y la resonancia cultural.
Durante la época colonial, una nueva ola artística que abarcaba la música y el teatro llegó a México. La ópera cautivó los oídos de la sociedad novohispana, incrustándose en su tejido social. Después de la independencia, México se embarcó en un viaje para cultivar su propia tradición operística, una que estaría impregnada de identidad nacional. A lo largo de diversas etapas de la historia, se han realizado esfuerzos para preservar y revivir las obras de los maestros mexicanos, lo que refleja un compromiso profundamente arraigado con el patrimonio cultural de la nación.
Ópera en México durante el Virreinato
Las raíces de la ópera en México se remontan al período colonial, cuando los colonizadores españoles llevaron esta forma de arte a través del Atlántico. En Nueva España, la agenda política ibérica dictaba los tipos de producciones realizadas en los edificios virreinales.
Casi dos siglos después, Manuel de Sumaya surgió como el primer compositor nacido en México en crear una ópera en suelo mexicano con su obra “La Parténope” (1711), marcando el comienzo de un legado musical.
El período posterior a la independencia vio a México atravesar tiempos tumultuosos, con un floreciente sentimiento antiespañol que moldeó las preferencias artísticas. Rechazando la influencia española zarzuelaslos líderes culturales mexicanos adoptaron la ópera italiana, presentando producciones principalmente de compositores como Gioachino Rossini.
Siglo 19
Sin embargo, las crecientes producciones de ópera en el México del siglo XIX plantearon desafíos financieros. A pesar de las actuaciones con entradas agotadas, los ingresos a menudo no alcanzaban a cubrir los costos de producción, lo que llevó a las empresas a buscar financiación adicional del gobierno. Los políticos aprovecharon estos eventos culturales como oportunidades para mostrar su poder y prestigio.
Abundan las anécdotas famosas, como la ostentosa demostración de poder de Santa Anna durante una representación de “Belisario” de Donizetti en 1854, en la que aparecía un caballo en el escenario. De manera similar, durante la breve intervención francesa, el apoyo a la ópera aumentó bajo el emperador Maximiliano.
A lo largo del siglo XIX, la ópera italiana gozó de inmensa popularidad en México mientras los compositores locales aportaban sus propias obras al repertorio operístico. Crear ópera no fue tarea fácil; Los compositores tuvieron que sortear complejidades técnicas, texturas vocales y estética visual para crear una experiencia cautivadora para el público. A pesar de enfrentar estos desafíos, los compositores mexicanos lucharon por obtener apoyo de las compañías de ópera para sus proyectos.
Luis Castillo, un barítono mexicano, identifica la partitura de ópera mexicana más antigua que se conserva, de 1823, “Adela o la constancia de las viudas”, de José María Moreno. Sin embargo, no hay constancia de su puesta en escena.
A mediados del siglo XIX, figuras como Cenobio Paniagua inspiraron a una nueva generación de compositores, iniciando una era de creatividad y originalidad. Con la tutoría de Paniagua, Melesio Morales surgió como un compositor virtuoso, con obras como “Ildegonda” recibiendo elogios. Su estancia en Europa perfeccionó aún más sus habilidades, culminando en óperas como “Carlo Magno” y “Gino Corsini”.
Miguel Meneses siguió su ejemplo con composiciones como “Agorante, rey de la Nubia”, mostrando su talento en México y el extranjero.
A pesar de estos éxitos individuales, la ópera en México decayó a principios del siglo XX, eclipsada por otras formas musicales. No fue hasta finales del siglo XX que compositores como Federico Ibarra y Mario Lavista encabezaron un resurgimiento.
En el siglo XXI, los compositores mexicanos continúan explorando e innovando dentro del ámbito operístico, colaborando con artistas de diversos orígenes para crear obras que resuenan en el público contemporáneo. A pesar de los desafíos, el viaje operístico de México persiste, impulsado por un firme compromiso con la expresión cultural y la excelencia artística.
Ópera de San Miguel
Además de los esfuerzos continuos para promover y preservar la ópera en México, organizaciones como Ópera de San Miguel desempeñan un papel crucial en la formación de talentos jóvenes y el enriquecimiento del tejido cultural de nuestras comunidades.
Ópera de San Miguel, una organización benéfica sin fines de lucro, se dedica a identificar y formar a jóvenes cantantes de ópera en México, brindándoles apoyo profesional y oportunidades de actuación. Al invertir en la próxima generación de estrellas de la ópera, Opera de San Miguel tiene como objetivo enriquecer y perpetuar la vida musical y artística de la comunidad.
A través de iniciativas como el Concurso San Miguel, brindan una plataforma para que jóvenes cantantes mexicanos muestren sus talentos y reciban reconocimiento y apoyo. También brindan asistencia financiera, desarrollo profesional y tutoría continua a personas talentosas.
Cada año, Ópera de San Miguel selecciona finalistas entre más de 100 postulantes para participar en un programa intensivo de capacitación de una semana de duración dirigido por reconocidos expertos en ópera. Los ganadores no sólo reciben premios en efectivo, sino que también se benefician de apoyo y tutoría continuos más allá del premio inicial.
El impacto de la Ópera de San Miguel se extiende más allá de su competencia anual. Conciertos con los ganadores del concurso y presentaciones de intercambio internacional elevan a San Miguel de Allende como un centro único para la ópera en México.
Camila Sánchez Bolaño es periodista, feminista, librera, conferencista y promotora cultural y es editora en jefe de la revista Newsweek en Español.