Por Andrew Keh
El presidente del Comité Olímpico Internacional subió al podio esta semana en el salón de actos dorado de las Naciones Unidas y procedió a pintar un panorama sombrío del mundo fuera de ese lugar.
El presidente, Thomas Bach, sugirió que la sociedad estaba en una “espiral descendente”. Nunca antes había visto tanta “confrontación, división y polarización”. Lamentó el creciente “flagelo de la guerra y la violencia”.
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Luego, mientras los diplomáticos discutían en otros lugares del edificio sobre el intercambio de prisioneros en la Franja de Gaza y mientras los soldados seguían muriendo en los campos enlodados del este de Ucrania, Bach ofreció lo que consideraba como un bálsamo: la tregua olímpica. La resolución, la cual reviven cada dos años los dirigentes olímpicos y adoptan con entusiasmo los países miembros de la ONU, aboga con optimismo por el cese de la violencia en todo el mundo durante las semanas que duren los Juegos Olímpicos, cuya próxima edición se inaugurará en julio en Francia.
“En estos tiempos difíciles, esta resolución es nuestra oportunidad de enviar una señal inequívoca al mundo: sí, podemos unirnos, incluso en tiempos de guerras y crisis. Sí, podemos unir nuestras manos y trabajar juntos por un futuro mejor”, comentó Bach el martes.
La resolución se aprobó de manera abrumadora. Hubo apretones de mano. Hubo palmadas en la espalda. Sin embargo, ¿las facciones beligerantes del mundo sentirán la obligación de deponer las armas el próximo verano como una muestra colectiva de amistad inducida por el deporte?
Es mejor no entusiasmarse.
La tregua olímpica, arraigada en las tradiciones de la antigua Grecia y reinventada hace tres décadas para las Olimpiadas modernas, se ha vuelto una parte del ritual previo a los eventos, tanto como el encendido de la antorcha y la batalla por encontrar habitaciones de hotel. No obstante, a pesar de su retórica embriagadora, en gran medida es simbólica, no es vinculante en sí misma y es ignorada con regularidad.
Sin embargo, los idealistas consideran la resolución bienal como un gesto esperanzador que promueve la armonía mundial por medio del lenguaje universal de la competencia atlética. No obstante, en especial en los últimos años, la tregua ha generado la misma cantidad de burla de quienes resaltan la desconexión entre sus concepciones nobles y las duras realidades del panorama geopolítico.
“Son un montón de buenas palabras que no significan absolutamente nada, sin ninguna implementación”, afirmó David Wallechinsky, miembro fundador de la Sociedad Internacional de Historiadores Olímpicos. “¿Qué sentido tiene?”.
En la antigüedad, el propósito era sencillo: conforme la tregua, las ciudades-Estado rivales ponían en pausa sus guerras de manera voluntaria para permitir el paso seguro de los atletas a Olimpia.
El Comité Olímpico Internacional (COI) resucitó y modernizó el concepto antes de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 en Lillehammer, Noruega, y la ONU lo adoptó al mismo tiempo como resolución oficial, al instar a los países a respetar la tregua desde siete días antes del inicio de la competencia hasta siete días después de su conclusión. Desde entonces, cada dos años la nación sede ha redactado una resolución, siempre con el mismo título anodino: “Construcción de un mundo pacífico y mejor mediante el deporte y el ideal olímpico”.
Sin embargo, los países miembros del COI —un grupo que casi reproduce la composición de la ONU— nunca han parecido demasiado preocupados por adherirse a la tregua y la organización rara vez ha armado un escándalo por infracciones evidentes.
Por ejemplo, las prolongadas intervenciones de Estados Unidos en Afganistán e Irak abarcaron varias Olimpiadas sin que el Comité Olímpico lo reprendiera mucho. Lo mismo ha ocurrido con los largos conflictos en África, Asia y el Medio Oriente.
A últimas fechas, Rusia se ha convertido en el principal infractor de la tregua y ha desarrollado una extraña costumbre de invadir países durante o justo después de los Juegos Olímpicos: en 2008 (Georgia), 2014 (Ucrania) y 2022 (Ucrania, de nuevo).
Lo más probable es que los Juegos Olímpicos de París del próximo año se desarrollen con dos guerras prominentes como telón de fondo: los conflictos entre Rusia y Ucrania, que llegó a un punto muerto, y entre Israel y Hamás, que genera temores de un conflicto regional más amplio.
Desde el año pasado, cuando las tropas rusas invadieron Ucrania días después de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, se ha puesto de manifiesto el desorden que implica de hecho tratar de hacer cumplir los términos de la tregua. Al final, ese acto provocó la primera respuesta oficial frente a una violación evidente de la tregua olímpica.
El día de la invasión, los dirigentes olímpicos condenaron a Rusia por incumplir la resolución. En los días y semanas siguientes, el COI les pidió a todas las organizaciones deportivas internacionales que les prohibieran competir a los atletas de Rusia y de su aliada Bielorrusia, despojó al presidente de Rusia de su máximo honor y, bajo la presión de otros países, expulsó a los atletas rusos y bielorrusos de los Juegos Paralímpicos.
El mes pasado, el Comité reiteró que Rusia y Bielorrusia seguían vetados por violar la tregua. Sin embargo, también señaló que la organización había creado una excepción que les permitía a atletas individuales de esos países intentar clasificarse para los Juegos Olímpicos como competidores neutrales y no afiliados.
Bach, quien ha estado en la presidencia del comité desde 2013, cada cierto tiempo lamenta los momentos en los que las políticas internacionales, tal y como él las define, infringieron la tregua olímpica y las Olimpiadas en general. No obstante, estas infracciones parecen multiplicarse.
Por ejemplo, antes de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en Pekín, Estados Unidos se unió de manera notoria a un puñado de países que se negaron a copatrocinar la resolución de tregua que redactó China. Y el martes, Rusia, en una expresión de descontento por el trato general que recibe de las autoridades olímpicas, pidió una votación inusual sobre la medida, la cual suele ser adoptada por aclamación.
La sala se puso tensa por momentos. El representante de Rusia acusó al Comité Olímpico de incoherencia e hipocresía. El representante sirio se unió a otros para destacar las adversidades de los atletas palestinos. El representante de Francia regañó a Rusia por haber “politizado” el debate.
Al final, 118 países miembros, entre ellos Bielorrusia, votaron a favor de la resolución. Rusia y Siria se abstuvieron.
“No hay modo de separar el deporte y la política”, afirmó Ashleigh Huffman, exjefa de diplomacia deportiva del Departamento de Estado de Estados Unidos. Aunque señaló que a la tregua tradicional “le faltó dureza”, Huffman señaló que, a pesar de todo, podía servir como “un importante inicio de conversación que nos da un contexto al que aspirar”.
Dio la impresión de que Bach estuvo de acuerdo. En su discurso del martes en el cavernoso salón de actos, reconoció que la resolución de la tregua era “nuestra modesta contribución a la paz”. Sin embargo, también sugirió que la gente de todo el mundo “estaba agotada y harta de todo el antagonismo, la hostilidad, el odio y la intolerancia a los que se enfrenta, día tras día, en todos los ámbitos de su vida”.
Fue una imagen intensa. Bach insinuó que ojalá el mundo escuchara al COI.
c.2023 The New York Times Company