Pero esto plantea una pregunta importante. Si nuestras opiniones y comportamiento políticos pueden predecirse tan fácilmente por características como la raza (sobre la cual no tenemos control) o por factores como la educación (donde nuestras elecciones pueden estar altamente limitadas por otras cosas como la clase social de nuestros padres), entonces Cuando se trata de política, ¿alguno de nosotros realmente piensa por sí mismo?
La acusación de que personas del otro lado de la división política han abandonado el pensamiento crítico y el razonamiento moral es ahora un lugar común en el discurso político estadounidense. Muchos en la izquierda interpretan las tendencias políticas de los votantes blancos sin educación universitaria como evidencia de que el electorado central del Partido Republicano está mal informado o incluso poco inteligente. ¿Quién más podría caer en las mentiras de Donald Trump? Los republicanos, por su parte, invocan regularmente la idea de “pensamiento de grupo liberal”, usándola para entender cómo algunas de las mentes aparentemente más brillantes de Estados Unidos podrían defender políticas simplistas e inviables como desfinanciar a la policía.
Estas acusaciones forman parte del fenómeno más amplio de los estereotipos partidistas, que ha florecido a medida que el país se ha dividido. Además de la acusación de que los del campo político opuesto no piensan por sí mismos, los demócratas en 2022 fueron considerablemente más probable que en 2016 para decir que los republicanos eran de mente cerrada, deshonestos e inmorales. Los republicanos sentían más o menos lo mismo respecto de los demócratas.
Sin embargo, la posibilidad de que nuestras propias opiniones políticas puedan reflejar algo más que nuestra virtud intelectual o moral apenas parece registrarse. Los profesionales con educación universitaria rara vez reconocen, por ejemplo, que pueden sentir afinidad por los demócratas en parte porque el partido ha apoyado más que los republicanos tanto la educación superior como las afirmaciones de experiencia (y remuneración) basadas en credenciales educativas. En cambio, reformulan sus intereses de clase como altruismo, imaginando que creen en lo que hacen únicamente por preocupación por el futuro del país.
De manera similar, cuando los cristianos evangélicos respaldan a Trump porque esperan que nombre más jueces procristianos para el tribunal federal y promulgue políticas educativas favorables a las escuelas religiosas, se ven a sí mismos como patriotas, no como maximizadores de la posición de su grupo. Ninguno de nosotros quiere admitir que nuestras opiniones políticas más queridas puedan ser en gran medida una función de nuestra posición en la sociedad y las presiones sociales asociadas, y no el resultado final de un proceso de investigación intelectual, moral o espiritual.