En los períodos electorales, emerge una narrativa familiar entre los políticos. Prometen transformaciones radicales, argumentan que el status quo es insostenible y aseguran que los ciudadanos merecen un futuro mejor. Sin embargo, la recurrente pregunta resurge: ¿Es posible un México diferente?
La respuesta no es sencilla. La complejidad radica en el análisis de las opciones electorales disponibles. Nos enfrentamos a candidatos con trayectorias extensas en el ámbito político, quienes, a pesar de cambiar de afiliación o color político, parecen perpetuar las mismas dinámicas de poder. Esta percepción alimenta el escepticismo sobre la autenticidad del cambio prometido.
El clamor por renovación es palpable. Sin embargo, lo que se anhela y lo que se ofrece en el espectro político actual parecen estar en desacuerdo. La alternancia en el poder, más que representar un cambio de dirección, parece reflejar un mero cambio de protagonistas bajo los mismos paradigmas.
La presencia de dinastías políticas, cuyos apellidos han dominado la escena política generación tras generación, simboliza este estancamiento. La emergencia de figuras independientes, que en su momento prometían una ruptura con el establishment, ha terminado, en ciertos casos, por coexistir con las estructuras tradicionales que pretendían desafiar.
La verdadera disyuntiva que enfrenta México no es solo quién ocupará la presidencia y los cargos de poder en este 2024, sino cómo abordar desafíos crónicos como la inseguridad, el deterioro de la infraestructura, la falta de innovación y, en última instancia, la brecha entre ser un país con potencial de primer mundo y una realidad cotidiana que dista mucho de ese ideal.
La riqueza y recursos de México deberían ser fuente de prosperidad para sus ciudadanos. Sin embargo, la realidad es otra: salarios insuficientes, oportunidades limitadas y una cultura de menosprecio que socava el tejido social. La ironía reside en que, a pesar de tener tanto que ofrecer, son los mexicanos quienes menos parecen beneficiarse de su propio país. Por eso México parece no ser de los mexicanos, reflexionar sobre la soberanía de la nación no solo en términos territoriales, sino también en la capacidad de nosotros como sus ciudadanos para influir en su destino colectivo. La democracia real se mide por el empoderamiento del pueblo.
El futuro de México se halla en una encrucijada entre la esperanza de una mejora genuina y el escepticismo alimentado por ciclos electorales pasados. La construcción de un país que refleje verdaderamente los valores y aspiraciones de sus habitantes requiere un compromiso más profundo con la innovación política, la inclusión social y una redefinición de lo que significa ser gobernante en México.
Un México diferente es posible; el camino hacia esta renovación es tanto un desafío como una oportunidad para reimaginar lo que podemos ser como nación. Este cambio no sólo es necesario, sino imperativo para asegurar que México no solo pertenezca a los mexicanos en papel, sino en la realidad de su vida diaria, en la equidad de sus oportunidades, y en la riqueza compartida de su diversidad y cultura. La tarea es ardua, pero la recompensa es un futuro en el que México florezca plenamente, reflejando el verdadero potencial de su gente.
Julio Moreno
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